2008/01/29

Brasil: día 14

Después de sufrir la última noche los efectos de una insolación (mareos, dolor de cabeza, estómago confuso...) preparo la maleta y bajo a despedirme de los tipos que llevan el hotel. Con uno de ellos tenía una sospecha y la respuesta resultó ser positiva: también era gallego. En realidad había nacido en Brasil (su padre tuvo que emigrar, amenazado de muerte por haber ayudado a los 'rojos' durante la Guerra Civil), pero de los 4 a los 19 vivió en un pueblo cerca de Pontevedra. Hasta que la falta de trabajo le hizo volver a Salvador.

Además de ilustrarme sobre toda su vida, contarme lo orgulloso que está de sus hijos (uno trabaja en la fiscalía general, en Brasilia) y que casi todos los años vuelve a España, me sorprendieron las críticas que hizo a la población negra (un 70%, contando sólo los de origen africano, no los indígenas) de la ciudad. Reconocía que la mayoría de los problemas de pobreza e integración eran debidos a que en el momento en el que se concedió la libertad a los esclavos no se les otorgaron todos los derechos civiles, pero el tipo aseguraba que estaban imponiendo la cultura africana por encima de la bahiana y que se escudaban en los grupos de derechos humanos para operar al margen de la ley. Su mayor queja (es algo que me había llamado la atención en la calle) era que estaban imponiendo la moda y la música reggae, que no tenía nada que ver con la ciudad.

Un rato después, un taxista (negro, todos lo son) me llevó al aeropuerto. Aprovecho una canción de Jimmy Cliff en la radio para preguntarle por el tema del reggae: cómo es que en una tierra con tantos ritmos propios ahora en los bares se escucha este tipo de música? El tipo me miró sorprendido y me dijo "Es que esta música viene de África, como nosotros". Fue tan rotundo que lo acepté como verdad verdadera mientras por la ventana veía más y más favelas rodeando las zonas de hoteles y playas. Difícil equilibrio.

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2008/01/27

Brasil: día 13

Esto se va acabando. El cielo amenaza con lluvia, así que me quedo sin ir a Praia do Forte, famoso por sus playas y por una fundación (Proyecto Tamar) de protección de las tortugas.

Cojo otro de esos buses cuyo recorrido parece no tener fin y me bajo al final de una zona de playas de Salvador. Como no hace frío está llega de pandillas jugando al fútbol y alguna familia esperando a tomar el sol. Bajo a la playa y me pongo a caminar por la orilla. Me tiro un total de dos horas y media caminando sin parar, pasando de una playa a otra mientras comienza a salir el sol.

Hago trampa y adelando unas cuantas playas con un bus hasta llegar al restaurante que me había recomendado el hombre de mi hotel. "Que tengan buen pescado", le había pedido yo. Me sirvieron un abadejo delicioso que fui bajando (las raciones en Brasil son enormes) con otro paseo.

A la altura del parque zoológico me fijo en que hay un par de monos (de medio metro de largo) caminando por el cable de alta tensión.

Esperando el bus para llegar al centro un par de chavales que iban en bici me piden el dinero y el teléfono bajo amenaza de sacarme la navaja. Como no hay navaja, no hay dinero ni móvil. Al marcharse me volvieron a preguntar (en un tono más amable) si tenía un cigarrillo. Tampoco.

Me tomo una cerveza bien fresca en el Mercado Modelo, a los pies del ascensor, y veo otro 'atardecer más bonito de Salvador de Bahía'.

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Brasil: día 12

Desayuno en el jardín (tenía razón el tipo del hotel de Salvador cuando me dijo que querría quedarme más de un día en Morro de Sao Paulo) y otra vez a hacer de tripas corazón para no marearme en el barco para Bahía en el lujoso catamarán 'Brisa biónica II'.

En la ciudad aprovecho el buffet de platos típicos bahianos de la escuela de hostelería para comprobar que están buenos pero son básicamente todos iguales: pescado guisado en salsa de coco y aceite de palma. Mi estómago protesta sólo por recordarlo.

Como no sólo del Pelourinho vive el bahiano no turista dedico el resto de la tarde a conocer otros dos barrios. El primero (y más bonito) es Santo Antonio, una prolongación del Pelourinho más tranquila y con unas casas preciosas.

Luego pillo el bus (uno de los problemas de Salvador es lo extranho de la forma de la ciudad, que no tiene un centro físico, sino que se extiende a lo largo de una inmensa costa) y casi una hora después estoy en Rio Vermelho, conocido por su movimiento nocturno y contener la plaza en la que están las dos venderoras más famosas de acarajé: una especie de bunhuelo de masa de frijol que se fríe en el inevitable aceite de palma, luego se abre con un cuchillo y se rellena con una salsa espesa, algún tipo de 'ensalada' también guisada, salsa picante y (opcional) camarones con su cáscara y todo. De cara a las guías de turismo la gran vencedora de esta lucha entre bahianas es Dinha, pero yo tomé el de su rival, Regina, y estaba bastante más rico que uno que había tomado en el Pelourinho un par de días antes.

No mucho más, excepto que desde el bus me fijo en varios 'graffitis' hechos con mosaicos en vez de con pintura.

Cierro el día (como casi siempre) con un riquísimo sorbete de la heladería que hay en el ascensor que separa la parte alta y la baja de la ciudad. Hoy toca trigo verde.

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Brasil: día 11

Toca excursión. Cojo en el puerto el catamarán con destino a Morro de Sao Paulo, un archipiélago que está a unas dos horas (me mareo terriblemente) de Salvador y que es a la vez un sitio precioso que combina unas fantásticas playas y la vegetación virgen de la selva al tiempo que se ha convertido en una especie de parque temático. Realmente para disfrutar Morro de Sao Paulo harían falta 3 o 4 días, pero no los tengo.

Al llegar lo primero es encontrar pousada, tras el caos a la hora de bajar del barco (hay que pagar un impuesto turístico). Acabo en la de unos argentinos (la isla principal está repleta de argentinos, especialmente haciendo turismo) que aceptan Visa de crédito (en Brasil triunfa la visa electron).

Me doy un paseo por cuatro playas (cada cual más grande que la anterior) y estreno la temporada de banhos 2008 en un agua más caliente que la de mi ducha.

Después de la playa me interno en la selva y llego hasta el faro de la isla. Lo siguiente (convenientemente protegido por mi crema antimosquitos) es ver la puesta de sol desde una pequenha fortaleza.

De vuelta al pueblo (formado por cuatro calles, literalmente), casi choco con un ´taxi´, que aquí viene a ser el nombre que se le da a las carretillas con las que los lugarenhos llevan las maletas de los turistas. Un buen pescado de cena (sabía como algún primo del tiburón) y una caipifruta después (con una fruta brasileira deliciosa que se llama Caju) ya es hora de abandonar el parque temático (la fiesta en la playa parece demasiado previsible) y rendirme al buen Morfeo.

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Brasil: día 10

Desayuno en el hotel. La novedad respecto al de Río es que aquí anhaden un huevo frito tan frito que ni se distingue la yema de la clara.

En el autobús con destino a Barra (zona un tanto turística pero bonita repleta de hoteles) se pone a charlar conmigo (daré sensación de desamparo, que se yo) una mujer que me explica todo lo que puedo hacer en la zona de las playas, cuál es la mejor hora para ir a cada una y me pregunta unas 5 veces (trabaja en una inmobiliaria) si no me interesa comprar una casa en Bahía. Al despedirnos (yo bajo antes) me da su tarjeta y me desvela que es húngara.

La playa está a rebosar y cada minuto tienes alguien delante que te vende agua de coco, gafas de sol o cualquier cosa. A la hora de irme entre un vendedor de collares y el tipo de las sillas me hacen un lío (se puede decir timo) y me quedo sin 50 reales (unos 20 euros). Cuando me doy cuenta vuelvo, pero el de los collares ha volado y el de las sillas dice que nunca le di el dinero. En fin, más se perdió en la Bolsa.

Otra curiosidad: la arena está tan caliente que hay gente que cobra por regarte los pies o la arena por la que vas a pasar con una enorme regadera.

De vuelta al centro veo una tienda en la que compran y venden pelo natural y me tomo un riquísimo helado de tapioca. Otro autobús más tarde y ya estoy (bueno, lleva 40 minutos desde el centro) frente a la Igreja de Nosso Senhor do Bonfim. Lo más llamativo es la capilla con los ex-votos y las fotos de la gente que se ha curado gracias al patrón de Salvador, así como fotos y recuerdos de los fallecidos.

El día (dejando a un lado mi ración diaria de BBB8) acaba en un sitio absolutamente pijo y precioso: O bar da ponta, una construcción de cristal situada en un muelle y con una vista sobrecogedora de la puesta de sol en la Bahía.

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2008/01/25

Brasil: día 9

Adiós a Río. Los mosquitos (atacan al anochecer y al amanecer) hacen que me de un poco menos de pena. También llueve. Me despido del paisano de Negreira y voy al aeropuerto, dónde choco con un majísimo Gilberto Gil, que iba para Brasilia de vuelta de vacaciones de verano.

Como a la ida era de noche y hoy sigue lloviendo no puedo disfrutar de Río desde el aire, pero la llegada a Salvador también es hermosa, viendo toda la bahía.

Cuando vamos entrando en la ciudad el taxista me dice "Vas a estar en el Pelourinho (el barrio antiguo de Salvador), no?". Le respondo que sí y me pasea por cinco o seis callejuelas cerca de mi hotel por las que me advierte que es mejor que no pase, especialmente de noche. No deja de ser llamativo que a escasos 500 metros de una zona plenamente turística te puedas encontrar hasta 5 personas durmiendo en la acera y que un par de familias se han construido su casa-gruta al borde de la carretera en una calzada elevada.

La habitación de Salvador es más grande y limpia que la de Río. A cambio sólo tengo una mini-toalla y ni siquiera sirven pastillas de jabón para lavarse.

El Pelourinho está en lo que se llama ciudad alta, separada de la baja por un gigantesco ascensor o un complicado y rompepiernas conjunto de rampas. Me doy una vuelta por el barrio y acabo bajando al barrio bajo por unas calles llenas de edificios derruidos o que sólo conservan la fachada. Seguro que el taxista me hubiera dicho que tampoco pasara por aquí.

A las 18:00 me paso por la Igreja de Nossa Senhora do Rosário dos Homens Pretos, construida por esclavos y finalizada por la hermandad de hombres negros. Se trata de una iglesia en la que se conjuga el rito católico y el candomblé, que es el culto afro-brasileiro de los orixas. Durante toda la misa se realizan cánticos de origen africano, acompanhados de los instrumentos típicos de la música de capoeira, y el sermón lo da en primer lugar un ´cura´ más centrado en las creencias locales y la comunión con la naturaleza y luego otro más ortodoxo que incluso ejecuta algún cántico en latín.

La parte musical, con toda la iglesia siguiendo las canciones con las manos en alto fue sencillamente espectacular. Pasé casi una hora con los pelos erizados. Me gustó también el tinte social de la ceremonia, con menciones al Foro Social Mundial y la importancia de votar en las próximas elecciones locales. También salió a hablar el obispo de Sao Paulo, que estaba de visita en la que es su tierra de origen. Simplemente salió a dar las gracias, hizo un chiste sobre el hecho de que un negro fuera a ser el responsable de las iglesias católicas del sur blanco y defendió a capa y espada el rito mixto que se lleva a cabo en Salvador en contraposición al rito tradicional europeo.

Para rematar un día lleno de ritmos de origen africano fui al ensayo para el carnaval de Olodum, el grupo de percusionistas que salía en aquel famoso vídeo de Michael Jackson. Fue en una especie de plaza-local de ensayo que tienen. Primero salió un grupo formado por chavales jóvenes, que mezclaban los ritmos afro-brasileiros con pop, rock y hip hop. Sudé como un condenado. Luego salió una representación de los mayores y la cosa aún se disparó más. Durante las dos actuaciones, en un lateral varios de los bailarines de la formación hacían las coreografías, invitando a los asistentes a unirse. Una senhora fiesta, vamos.

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Brasil: día 8

Llueve en Río. Ya me había caído alguna lluvia tropical (en 3 minutos estás más mojado que si te hubieras metido vestido en el mar), pero es la primera vez que llueve un día entero: sin mucha fuerza, como si alguien se hubiera dejado sólo un poco abierto el grifo.

Cambio el plan inicial y decido ir primero al sitio con el que tenía pensado despedirme de la ciudad (es mi último día): la Confitería Colombo. Vuelvo a sentarme en sus mesas y otra vez la sensación es la de volver atrás en el tiempo y de no importarme un pimiento la crisis económica mundial ni si llueve o hace sol. Lo único que vale es mi desayuno y mi conexión con ese local.

Paseo por el centro y llego a Cinelândia. Recuerdo que mi companhera de avión me había hablado bien de la Biblioteca Nacional (repleta de incunables europeos traídos desde Portugal por la familia imperial cuando se estableció en Brasil) y me apunto a una sesión guiada. Como rápido en una lanchonete (un sitio sucio con comida sabrosa, como de costumbre) y vuelvo a la Biblioteca. Como no quieren que molestemos a los que están consultando libros (tampoco son tantos) nos asomamos más a las salas que entrar, propiamente. Es una visita interesante (el edificio es precioso) pero tampoco imprescindible.

Bus hacia Ipanema. Decido llevar a cabo uno de mis puntos favoritos de todo viaje: visitar los supermercados de la ciudad. Entre lo que más me llama la atención está la poca fruta que se puede comprar en un súper (hay más en un buen puesto callejero), que todas las marcas de yogur tienen el modelo ´naranja+zanahoria+miel´ (está bastante bueno) y cosas lógicas en las que no había pensado, como que haya geles, jabones y hasta champús diferenciados para blancos y negros. También descubro una botella-lata de heineken: hecha de lata, pero con forma de botella.

Hay también un montón de tiendas de ´alimentación verde´ en las que se puede comprar desde productos ecológicos a unos deliciosos bricks de soja con zumo de frutas, todo tipo de dulces de leche (dolce de leite aquí) con almendra, guayaba, coco... y hasta una mermelada hecha con el interior del hueso de vaca).

En el paseo por Ipanema veo un lugar en el que se prestan libros (como una librería de pago, con novedades) y acabo tomando un par de petiscos/fritos (el equivalente a las tapas/pinchos espanholas) y una buena vitamina (leche+zumo). Hmmmm, es lo mejor de Brasil.

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2008/01/23

Viaje a Brasil: día 7

Ya tocaba pasear por las playas de Leblon e Ipanema (en realidad la misma playa), así que, como el tiempo acompanha, me animo a ello.

El barrio de Leblon es realmente hermoso. Un antiguo poblado que se fue convirtiendo en una sucesión de villas y edificios de lujo, pero sin perder encanto. Es una gozada pasear por sus calles y sentarse bajo un árbol en cualquiera de sus pequenhos parques. Frente a la sensación de tensión que rezuma el resto de la ciudad, esta zona es un pequenho oasis de tranquilidad (y seguridad, en buena parte debido a los porteros de los edificios)

La playa está bastante llena, pero tampoco es una locura. Alquilar una silla-tumbona y una sombrilla sale por dos euros y todo el rato están pasando hombres que venden agua de coco, cerveza, gafas de sol, crema protectora o bisutería.

Como por la zona en un restaurante ´ao quilo´ (al quilo). Es como un buffet de más calidad en el que pagas por lo que comes (en cantidad). Puede ser una buena idea, pues la comida es bastante buena y en Brasil una ración de cualquier otro restaurante llega para alimentar a dos Xx. Lo malo es que tengo el ´síndrome Fresco´ (El Fresco es un buffet que hay en Madrid y Barcelona) y acabé mezclando cinco cosas distintas en el plato: mal para el estómago y malo para el bolsillo.

Otro tópico: un partido de fútbol en Maracanã. Era la primera jornada de la liga carioca y fui a ver el Flamengo-Boavista. 2-0 para los locales y un espectáculo bastante entretenido. Realmente en el estadio hay cuatro zonas fijas (que corresponden al centro del campo en cada lado del estadio, tanto en el graderío inferior como en el superior), por el resto te puedes mover con bastante libertad. Eso hace que la gente siempre esté en la zona en la que está atacando su equipo. Al llegar el descanso todo el estadio se mueve y se va a la zona opuesta para no perderse un gol de los suyos.

Fin del día en el Zazá Bistrõ Tropical de Ipanema. Lo había visto pasando con el bus y me había picado la curiosidad. La decoración del sitio (tiene una pequenha terraza tras subir unas escaleras y una zona interior) es linda y la comida rica (un tanto pija-moderna, pero muy rica). Lo malo fue tener que esperar a pagar más tiempo que a sentarme y comer.

Xx

Brasil: día 6

Hoy toca el Cristo del Corcovado, el segundo destino inexcusable de cualquier turista en Río. Me encuentro con más cola que en el Pan de azúcar. Allí me entrevista, alcachofa de juguete en mano, una princesita de siete anhos llamada Julia, que va con diadema y todo.

La primera gracia de visitar el Corcovado (Julia aparte) está en el viaje de 20 minutos en tranvía, atravesando un parque nacional lleno de vegetación tropical. Una vez en lo alto de la colina en la que se encuentra el Cristo se puede disfrutar de unas fantásticas vistas de la ciudad, hacerle fotos a la inmensa escultura, comprar un plato de postre en cuyo fondo está tu cara y la imagen del Cristo y asistir a una misa en una capilla que se encuentra en los pies (en los talones, por ser precisos).

Siguiendo con las obviedades (en este caso gastronómicas) hoy me toca comer freixoada: una mezcla de distintas carnes de cerdo (oreja, una especie de butifarra o lacón) guisadas con habas negras y que se acompanhan de arroz (para evitar la diarrea), naranja (para absorver la grasa), farofa (una especie de arina que absorve el exceso de salsa) y una legumbre verde y de sabor fuerte que se llama couve y tiene como función absorver el exceso de sal. Cada vez que probaba el couve me resultaba más familiar, hasta que me di cuenta de que eran grelos. Supongo que los portugueses traerían grelos y berzas a brasil. Por lo visto se cultivan especialmente en la región de Minas Gerais. Muy rico todo, por cierto, pero me tuve que pegar una siesta de más de una hora para recuperarme.

El resto de la tarde hice turismo en la zona del hotel (Gloria-Catete), con bonitas casas senhoriales pero mucha pobreza en la calle. Lo más interesante fue el Museo de Folclore Edison Carneiro: tres pisos de figuras, escenificaciones y objetos que explicaban la forma de vivir de los afro-brasileiros en los últimos 150 anhos.

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Brasil: día 5 (parte 2)

La vuelta desde Petrópolis la paso durmiendo. Al despertarme lo hago con la sorpresa de que no lo hago a la estación del centro de la que había salido, sino a la central de autobuses (Rodoviaria Novo Rio). La sensación es bastante caótica: Novo Rio es un monstruo sin un edificio central propiamente dicho. Más bien es como una maranha de andenes que no tiene fin. Además, a la salida del complejo hay más plazoletas llenas de autobuses urbanos. Sé que la estación está cerca de una parada de Metro, así que me llevo la alegría del día al ver un pequenho mini-bus de interconexión.

Comenzamos a dar vueltas y vueltas, por barrios cada vez más pobres y con las carreteras peor asfaltadas. A los 20 minutos mi mosqueo inicial se convierte en un cenho fruncido: no puedes tardar 20 minutos en llegar a un sitio que está a 3 km. Luego me enteré de que estaba en un autobús que conectava no con la línea de Metro que yo pensaba, sino que me llevaba al norte de la ciudad. Lo que hice fue bajarme en la siguiente parada mediana de autobuses y tardar una buena hora en llegar al centro.

Me ducho en el hotel y me dispongo a conocer ´Ipanema by night´. Después de tomarme un buen chopp (una canha de cerveza) y ver que tampoco hay mucha gente por la calle me voy a cenar al Vinicius (dedicado, como es obvio, a Vinicius de Moraes y situado frente al igualmente turístico Garota de Ipanema). Me hace gracia ver las peleas de los camareros por convencer a la gente que entra en el local de que su esquina (las propinas cuentan mucho, sobre todo con los turistas) es la más cómoda.

Luego paseo un par de calles para encontrar un local que mis guías describían como alternativo (que se abarrota por las noches y dónde la gente tiene que salir con su bebida a la calle, creando un gran ambiente) y que resultó ser un garito un tanto horrible y rockero-casposo. Además estaba vacío, mientras en la acera de enfrente había una cervecería pija y una lanchonete cutre que sí estaban a rebosar. Eligo la lanchonete.

De vuelta a casa soy testigo de una bonita escena de ligoteo entre el cobrador del bus (hay un conductor y un cobrador) y una chica que se sienta a su lado. Habla con ella del tiempo, de lo duro que es su trabajo, le sonríe y acaba ensenhándole la foto de su hijo pequenho, de siete meses. La madre de la criatura se porta fatal con él y sólo se lo deja ver los fines de semana. Al final del trayecto la muchacha no ha dado el brazo a torcer (ni el teléfono al conductor), pero él sabe que ella sabe dónde encontrarle.

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2008/01/21

Brasil: día 5 (parte 1)

Me planto en el centro. Hace un día horrible y no puedo subir al Cristo del Corcovado. Decido ir a Petrópolis, una pequenha ciudad a hora y media de Rio en la que vivió la familia imperial (Pedro tuvo Petrópolis y su senhora, Teresa, dio nombre a otra ciudad: Teresópolis). Como aún falta para que salga el bus (en Brasil casi no hay trenes) me doy una vuelta y entro en el Bar Advogados (estoy frente a unos juzgados), dónde se puede elegir uno de estos tres menús:

- Trio advogado (hamburguesa de picanha -la carne más exquisita para los brasilenhos-, patatas fritas, refresco de 300 ml y pudin)
- Trio juiz (lo mismo más un huevo frito y una especie de queso fresco pasado por la plancha)
- Trio desembargador (lo mismo pero con zumo en vez de refresco). Un desembargador en Brasil es el equivalente a un juez de Tribunal Superior de Justicia, el que resuelve las apelaciones

Yo lo dejo en una eggxburger (cheesburguer con huevo) y un refresco de mate con limón.

El camino a Petrópolis es todo un contraste: durante los primeros 5 minutos, favelas; los 10-15 siguientes son como la salida de cualquier gran ciudad, con sus zonas industriales y poca vegetación; a partir de ese momento entras en la jungla. El autobús viaja entre montanhas repletas de vegetación salvaje y las senhales de tráfico muestran el dibujo de un mono en una liana dentro del triángulo de peligro.

El final del viaje es una estación de autobuses desde la que hay que coger un bus urbano para llegar al centro de Petrópolis.

Una vez llegados se ve otro contraste: mientras en Río todo es movimiento y tienes que estar atento a los movimientos de los demás, la antigua ciudad-residencia del emperador es todo tranquilidad. El palacio imperial merece la visita, mientras el resto de atractivos turísticos no lo son tanto. Mejor un paseo por el río tomando alguna fruta local.

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Brasil: día 4

Después de la paliza del día anterior toca algo más tranquilo y turístico. Empiezo con una de las dos visitas obligadas de Rio: El pan de azúcar. Primero se coge un teleférico que te deja en el Morro da Urca (colina de la urraca, y es cierto), dónde ya hay unas vistas espectaculares de la ciudad. Es una buena forma de ser consciente de la geografía del sitio: una ciudad enorme cuya parte más popular (las playas de Botafogo, Flamengo, Copacabana, Ipanema y Leblón) están separadas por colinas, muchas veces colonizadas por las favelas. El más rico puede vivir a poco más de un kilómetro del más pobre. Luego se sube en un segundo teleférico al pan de azúcar, una colina aún más alta que casi mira de tú a tú al Cristo del Corcovado.

Bajo otra vez al centro y descubro la maravillosa Confitería Colombo, un lugar amplio y lujoso que parece haberse quedado clavado en el tiempo allá por 1915.

Una de las visitas que me habían recomendado dos amigas brasileiras y que desaconsejan (por peligrosa) todas las guías es el barrio de Santa Teresa, al que se llega a través de un tranvía desde el centro. Se trata de un antiguo barrio-jardín colonial lleno de antiguas mansiones que ahora parecen abandonadas. Por el camino ves mucha pobreza y nula policía. Además, durante el trayecto se van colgando del tranvía grupos de chavalillos que esperan cualquier descuido para llevarse una cartera o una cámara de vídeo. La sensación de inseguridad fue tal que casi todos los que viajábamos en el tranvía lo utilizamos también para bajar. Lo cierto es que en la parte más cercana al centro sí se veía algún policía, en una zona en la que se supone que se encuentra alguno de los mejores restaurantes caseros de la ciudad.

Como no me apetecía hacer más el turista me fui a Botafogo para ver una película (´La culpa es de Fidel´, de la hija de Costa-Gavras) y descubrí un par de locales (el propio cine y una librería-cafetería en la misma calle) muy al gusto indie-intelectual europeo. Incluso los brasilenhos que iban allí al cine vestían como si estuvieran en París.

Y para acabar el día (como casi todos los días), un zumo y un ´salgado´ (normalmente una especie de empanadilla) en una de las miles de lanchonettes en las que los brasilenhos comen a cualquier hora del día: siempre pequenhas y no muy limpias pero siempre acogedoras.

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2008/01/20

Brasil: día 3

Desayuno en el hotel (a quién le importan las moscas en la fruta si es gratis) y salgo camino del Jardín Botánico. Aprovecho el trayecto en bus para descubrir un par de barrios llenos de pequenhas casas coloniales... y montones de muros llenos de graffities. Resulta frustrante no sentirme con la seguridad de fotografiar todo cuanto dibujo encuentre en la calle, pero desde guías y consejo de gente que ya conoce el país la recomendación es sacar la cámara lo menos posible.

Por suerte, justo enfrente del Jardín Botánico pude hacer unas cuantas fotos sin miedo a que un asesino de las favelas llegara para robarme. Respecto a lo que iba a ver, el jardín me gustó (todo tipo de especies tropicales en un entorno medianamente real) y yo le gusté a los mosquitos. Para qué se compra uno una crema anti-mosquitos si luego se olvida de usarla cuando visita un parque tropical?

Bajo al centro en otro autobús y me apeo para visitar un mercado callejero de fruta. La fruta y los zumos merecerán un post propio. Luego aentro en el Parque do Flamengo y como en el templo de la carne de Rio: el Porcão Rio´s, un delicioso (aunque caro para el standar de Brasil) rodizio donde cada carne está más sabrosa que la anterior. Mis favoritas; picanha, cabrito y una de ternera que tenía incrustados trozos de queso.

Al otro lado de la Bahía se encuentra Niterói. Se puede cruzar en bus a través de un larguísimo puente o coger un barco. Obviamente es mucho más chulo lo segundo. Esta ciudad es conocida por acoger varios edificios disenhados por Oscar Niemeyer, especialmente el Museo de Arte Contemporánea. Fuera de eso y un par de playas, es un sitio algo gris, con unas cuantas calles de casas coloniales coloridas cerca del puerto. Momento surrealista del viaje cuando llego a una explanada en la que hay tres supuestos edificios de Niemeyer y solo veo 5 perros echados en la sombra. Llega una especie de guía que me dice que no puedo caminar sólo por allí, para luego mostrarme el interior de las construcciones... que están inacabadas y abandonadas. Por lo visto se acabó el presupuesto hace un par de anhos y lo han dejado así. Supongo que esperarán a que Niemeyer muera para continuarlo.

Vuelta a Rio y visita a Copacabana: mucha gente, muchos chiringuitos de playa y muchos guiris alucinando cuando algún chico les abría un coco delante de ellos con un machete. Alguno intentará repetirlo de vuelta en casa con el cuchillo de cortar el pavo.

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Brasil: día 2

De noche la zona del hotel me había parecido un tanto siniestra. De día lo único que cambiaba es que había más luz.

Lo mejor que me había pasado en el viaje fue charlar con una chica brasilenha que me hizo una serie de sugerencias tanto para Rio como para Salvador. Siguiendo su consejo (le había preguntado por un sitio en el que comprar ropa carioca, para quitarme un poco de encima el pestazo a turista) aparecí en la zona de Saara (Metro Uruguaiana), una especie de mega-mercadillo compuesto por unas 8-10 calles repletas de tiendas en las que comprar desde la mochila más fea de Brasil a unas vergonzantes bermudas o unas camisetas de tirantes que me aseguraran la ventilación. Por aquello de las fechas también se podían adquirir todo tipo de disfraces y complementos "de fantasía" para el Carnaval. No llegué a tanto.

Otras novedades y curiosidades del día fueron probar el Metro de Río (sólo dos líneas, pero rápido, limpio y práctico), descubrir que las farmacias no sólo dispenden medicamentos, sino también hacen de droguería, que los brasilenhos no utilizan el concepto de descuento por grandes compras (una unidad puede valer 2,40 y el paquete con 10 unidades costará 24) y que uno de los tipos de la recepción del hotel es de Negreira (Provincia de A Corunha) y llegó al país hace 50 anhos.

También me di un paseo por la zona de Cinelãndia, bebí una caipirinha en la típica terraza para turistas que jamás pisaría en Madrid y descubrí que el Gran Hermano (Big Brother Brasil 8, BBB8 para los amigos) es igual que en Espanha. Igual más subido de tono.

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Brasil: día 1

"Pues sepa usted que si no le han traído otro café es porque no lo ha pedido e su momento. Eso ocurre aquí y en cualquier otra companhia (disculpen el lusismo a partir de ahora)". Todo esto se lo soltaba el azafato (o sobrecargo, que suena más fino) de Air Europa a una senhora brasilenha de unos 70 anhos que no entendía ni papa de castellano. Cuando uno trabaja en un vuelo en el que el 75% del pasaje es brasilenho lo menos que se puede hacer es chapurrear unas palabras e portugués... pero no.

Además de la triste comida y del cutre-detalle de cobrarte 6 euros por usar los cascos para escuchar las películas el viaje fue tranquilo. Luego lo típico: la maleta no aparece, cambio de cinta, un tipo te pide dinero por ayudarte a meter la maleta en el taxi... En fin, es de noche y lo único que quieres es llegar al hotel, dónde me espera un cuartucho con el aire acondicionado pegado a la cama (tú eliges: o te congelas o te asas y te acribillan los mosquitos) y la ducha es simplemente una alcachofa pegada en lo alto de la pared del banho. De hecho hay que cerrar la tapa del WC para que no se inunde al usarla. Home, sweet home.

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