2005/09/28

Lupus (Vol. 1), de Frederick Peeters

Dos son una pareja, y tres son ya otra cosa. Al comienzo de Lupus, un par de viejos amigos que se acaban de reencontrar deciden embarcarse en un viaje espacial con la excusa de visitar extraños planetas y pescar. Por el camino se dedican, en realidad, a pasar un buen rato como buenamente saben.

Un día cualquiera (igualito que en una novela negra) se encuentran en un bar con una chica que les pide sumarse a la expedición. Sobra decir que la chica cambiará el rumbo de su viaje, en forma y fondo. Más allá de la tensión emocional o sexual que surge entre los personajes, la llegada de la muchacha descubre las diferencias entre dos tipos que habían sido amigos en su juventud pero a los que el tiempo había convertido en extraños.

Además de su facilidad para contar historias de forma amena, lo más destacable de Peeters (su raso de estilo) es ese dibujo bonito y expresivo de trazos gruesos, en un blanco y negro que no sólo sabe de rostros y fondos, sino de sombras y espacios vacíos (en la viñeta y entre los personajes).

Las píldoras azules
Otra vez las relaciones humanas y la necesidad de ser sincero (con los otros y con uno mismo) para que las cosas funcionen acaba siendo el tema del cómic. Lo mismo ocurría con la obra que dio a conocer a Peeters, Píldoras Azules (publicado por Astiberri, igual que Lupus), uno de esos tebeos autobiográficos que tanto gustan a los nuevos autores franco-belgas, en el que contaba su historia de amor con una chica portadora del virus del sida. Sin efectismos ni gravedades innecesarias, aquel cómic destacaba las cosas buenas (y algunas no tanto) de una relación basada en la pasión, la sinceridad y el compromiso. Un pequeño hito en la historieta independiente de los últimos años, capaz de conectar tanto con aficionados de largo recorrido como con gente que normalmente no lee cómics.

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