2005/11/25

Las intermitencias de la muerte, de José Saramago

Al día siguiente no murió nadie. La última novela de José Saramago se inicia como lo haría un cuento: con una frase magnética que marca la narración y condensa su argumento.

A partir de ahí, el escritor portugués lanza su ingenio a cabalgar desbocado, armando una inteligente fantasía que parte de la premisa de un país, solo uno, en el que la muerte decide no volver a llevarse la vida de ninguno de sus habitantes. Esto obliga a reaccionar a las fuerzas vivas de tal estado: Gobierno, Iglesia, los distintos gremios de empresarios afectados (hospitales, geriátricos, enterradores...) y hasta a la mafia. Los ciudadanos tratan de mil y una maneras de desembarazarse de los familiares que se encuentran en estado terminal pero no mueren, nacen conflictos con países limítrofes y el primer ministro se verá obligado a tomar decisiones drásticas.

Pero lo general, esa parafernalia de acciones y reacciones a gran nivel, no interesa tanto a Saramago. En lo particular encuentra la novela su corazón, con la presencia de una muerte (siempre en minúsculas) que se descubre cometiendo un error. Una muerte que deberá enfrentarse con un problema más insignificante que un mosquito, pero, al fin y al cabo, el único que ha cometido durante siglos y siglos.

Y bajando de lo general a lo particular, la historia gana en cercanía, el artificio es sustituído por el sentimiento y todo termina como empezó.

Xx