2006/07/25

Erykah Badu en el Conde Duque (Madrid)

She's shy. She's damm shy. Había pasado el ecuador del concierto cuando Erykah Badu presentaba a su hija Puma a la audiencia del patio del Conde Duque. La cría (de dos añitos) se había escapado de sus cuidadores, bailando y correteando al ritmo de su madre, que le pedía que cantara con ella uno de los temas.

Era el último concierto de su gira mundial, y Badu y su grupo lo convirtieron en una auténtica fiesta de funk, soul, jazz, hip-hop y lo que hiciera falta. Generosa en minutos, escenografía y entrega, la diva presentó varios temas de lo que será su cuarto disco de estudio. Fantástico su grupo y tremenda ella: su tremenda voz, los ruiditos que hacía con su beatbox, su forma de bailar, su ropa...

Controló de una forma absoluta todo lo que ocurría sobre el escenario, mandando parar a su grupo para improvisar o lucir su voz junto a sus coristas. Una mezcla de Diana Ross y James Brown con apariencia frágil pero sobrada de fuerza y carisma. En la parte final del concierto jugó con el público, recibió sus regalos y hasta bajó al foso para cantar entre la audiencia. Musicalmente resultó brillante su forma de enlazar temas de distintas épocas como si se tratara de movimientos de una misma pieza. El estribillo de una canción podía surgir glorioso durante treinta segundos para desaparecer engullido por otro y volver a la superficie medio concierto después, envuelto en un mar de sintetizadores que recordaban a la etapa dorada de Stevie Wonder.

Un placer en toda regla. La suma sacerdotisa de la música negra acabó rapeando clásicos de la primera etapa del hip-hop ('Rapper's delight' incluido) y demostrando que está en un punto equidistante entre lo divino y lo carnal. Pero más cerca de esto último, que de tímida la Badu no tiene nada.

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