Un hombre sin tarjetas
Por cosas del bin-ban-bum de cada día esta mañana acabé metido en una reunión de la que no sabía nada. Tras la aventura de encontrar la sala correspondiente me puse a charlar con la gente. Muy bien, todos muy majos y dispuestos a decir cualquier tontería sobre lo que hicieron la noche anterior o tal programa de la tele.
Cuando llegó todo el mundo y se cerró la puerta la situación empezó a cambiar: las corbatas se hicieron más visibles y la temperatura (física y mental) bajó como unos cuatro grados. Tras unas breves palabras de quien nos había convocado llegó el momento de sacar la tarjeta y repartirla. ¡Y yo no tenía! De hecho creo que solo me hice una cuando era estudiante, y porque entonces lo sentí como una orden.
Estaba en aquella mesa como una especie de ser inservible y completamente fuera de juego. Me sentí como Eric Moussambani, aquel nadador guineano que tardó el doble de tiempo que los demás en completar su serie de 100 metros libres en los Juegos Olímpicos de Sidney.
Ante la sorpresa, algunos me acercaban la tarjeta medio paralizados y uno ni siquiera hizo ademán de dármela. Una vez acabadada la reunión parece que lo que mi intervención había resultado interesante y alguno de los que estaban en la mesa llegaron a pedirme el correo electrónico para apuntarlo e sus libretas.
Y si hay algo que me encanta es deletrear mi nombre: a-c-c-i-d-e-n-t-e.
Xx