El estado de las cosas
El chico tendría unos 17 años. Alto, delgado, llevaba una bandera de metro y medio y los pantalones de chándal del Real Madrid. En la parte de arriba, la camiseta oficial de Cannavaro con el número 5, que le debía haber regalado su padre (cuesta unos 77 euros), quien vestía vaqueros con camisa blanca y lucía un pelo canoso y ondulado, al estilo de Ramón Mendoza.
Los dos se bajaron en su parada, la de Santiago Bernabeu, para ir al partido con el Villarreal. Ninguno sonreía, ninguno mostraba tensión o sentirse excitados. Ninguno hablaba. El más joven iba pensando en lo cansado que estaba después de salir ayer y el otro seguro que maldecía al tipo del garaje y sopesaba si a la mañana siguiente pediría el café con porras o con tostadas.
No lo he podido comprobar, pero estoy seguro de que a la vuelta llevaban la misma cara. El hijo envolviendo bien la bandera y el padre pensando que el tipo de las pipas le había engañado con el cambio.
Ese es el público de Fabio Capello.
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