Vamos a ver a la artista
No sé por qué demonios no conté esto en su momento, pero ahí va.
Hará unos cinco años trabajaba en la edición electrónica de un periódico en Galicia. Uno de mis turnos (tenía tres distintos) acababa a las dos de la madrugada. A esa hora estaba en la puerta un minibús que nos debía bajar a la ciudad a la gente de cierre, los de la edición digital y algunos trabajadores de planchas y rotativa.
El conductor de aquella noche era un tipo curioso: pelo y bigote canosos, a punto de jubilarse, cabezón y bastante golfo.
Nos subimos al minibús, que va repleto. De repente el hombre anuncia que va a usar una ruta distinta porque el pueblo en el que se encuentra el polígono industrial está en fiestas. Pero en lugar de acercarnos a la carretera principal acaba llevándonos a la zona en la que están instaladas las carpas de la feria. Ante la sorpresa de todos aparca, se gira y nos dice "habrá que ver a la artista, ¿no?"
Entre los puestos de tiro al blanco y churros gigantes rellenos descubrimos el objeto del deseo del busero: Rocío Jurado está cantando en directo en medio de la feria. Ya que estamos allí... a disfrutarlo. La verdad es que la mujer lo da todo en el escenario, aunque la mitad de la audiencia esté más pendiente de su algodón de azúcar que de sus múltiples (cuatro en 50 minutos) cambios de vestuario. Llegamos justo antes de que hiciera 'Como una ola'.
Acabado el espectáculo hacemos un breve amago de subir a alguna de las atracciones (una especie de pulpo) y volvemos a por el bus. Camino de la ciudad alguno propone una nueva parada en un bar de carretera con muchas luces en el exterior y un gran parking repleto de coches. El busero dice que otro día. Luego me entero de que pocas semanas antes un grupillo había visitado al salir de trabajar otro de similares características. 'Éramos pocos en el minibus', me explicaron, 'no molestábamos a nadie si nos parábamos un ratito'.
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