Tailandia - Laos: día 11
A primera hora me voy hasta el Palacio Real. No deja de ser curioso que un país comunista muestre la casa de sus antiguos monarcas como atracción turística. Es una pena que no se puedan hacer fotos dentro, porque hay elementos de diseño en los mosaicos y alguno de los objetos realmente destacables. Dentro del paquete también está la colección de coches reales (no muchos) y una exhibición interesante sobre monjes y naturaleza. En el exterior veo a un grupo de monjes que se hacen mutuamente fotos con un iPad y un Samsung Galaxy.
En un viaje anterior había tomado clases de cocina tanto en Tailandia como en Vietnam, y ahora era el turno de Laos.
Lo primero es visitar uno de los mercados locales y cómo elegir lo que vamos a cocinar, incluyendo una salsa de pescado cuyo olor levantaría a un muerto para volver a tumbarlo. De vuelta al aula nos ponemos a cocinar en pares. Me toca con una enfermera alemana que lleva unos 20 años viviendo en Suiza. Hacemos un total de cinco platos y nos muestran como hacer otros tres. Algún curry, ensaladas picantes y mucho uso de ajo y berenjena. Comemos tanto que queremos explotar. Una curiosidad es que uno de los profesores nos cuenta que pese a tener muy buen café, los locales prefieren tomarlo instantáneo. No hay cultura del expresso, los bares que tienen ese tipo de máquina son muy caros para alguien de Laos y la comodidad es lo que manda.
Después de tanto comer se impone un largo paseo, por la ribera del Mekong, en el que me encuentro con varios de mis compañeros de viaje. Tomo un delicioso dulce que consiste en una pasta (como un arroz con leche aún más hecho) de arroz y leche de coco que se hace en una mini sartén y queda crujiente por fuera y cremoso por dentro. Me recordó a la leche frita.
De vuelta al hotel para descansar un poco se hace de noche, y me doy cuenta de lo tremendamente limpio que es el cielo en Laos y lo lleno de estrellas que está. Es como estar en medio de un campo a varios kilómetros de cualquier ciudad.
Última noche con los chicos. Cenamos en un sitio bien, en la calle principal. Mr. A. comenta que ha conocido a un monje novicio (17 años) que ha aprendido inglés en sólo un año y que viene de una familia rural sin muchos recursos. De hecho se ha metido a monje porque así podrá llegar a la universidad. Es el último día en Luang Prabang para todos: ellos se van a hacer senderismo a un día de distancia y yo me vuelvo a Bangkok.
La noche acaba con abrazos y promesas de amistad eterna.
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