Tailandia - Laos: día 10
El hecho es que el colchón está lo suficientemente blando como para que duerma unas cuantas horas seguidas, pero lo bastante duro como para que empezase a ser incómodo a eso de las cinco y media de la mañana. ¿Y qué hace uno en esos lares si se despierta a esa hora? Pues salir a la calle al alba y presenciar el rito matutino por el que los lugareños (y algún turista japonés o 'farang') ofrecen comida a los monjes de los monasterios de la ciudad, que no tienen permiso para cultivar ni para cocinar.
A primerísima hora se empiezan a colocar las pequeñas banquetas en las que se sentarán los oferentes, poco después empiezan a llegar vehículos llenos de turistas cargados de cámaras de fotos, y a eso de las seis y veinte aparecen los monjes (un par de cientos) para recoger las dádivas en una especie de cesta que llevan.
Para desperezarme, me tomo un desayuno a la europea (de nuevo, muy buen café y decentes bollos) en la zona antigua y luego aprovecho las horas tempranas para visitar en solitario Wat Xieng Thong, el principal templo de la ciudad, que responde con creces a las expectativas.
Paseo por el centro (no es muy grande), tomo un tentempié en forma de bola de arroz frita (como un arancini sin relleno) y me subo al monte Phousi, con unas buenas vistas de la ciudad, y luego me doy una vuelta por la zona que hay detrás del monte, mucho menos turística y con no tanto encanto.
Me paso al otro lado del río Nam Khan y acabo comiendo en un sitio precioso pero un tanto escondido que se llama Dyen Sabai. Me pido una bandeja de entrantes variados en el que hay un riquísimo cerdo desecado con sésamo, unas algas de río similares al alga nori y adornadas con cacahuetes y hierba limonera, unas verduras al vapor y una crema de berenjena ahumada que está para chuparse los dedos.
Para volver a la zona antigua tengo que usar una barca, ya que aún no han montado el puente de bambú que une ambas zonas cuando ya ha acabado la época de lluvias.
Un par de templos más tarde me convenzo de que Buda y los mosquitos no juegan en el mismo bando: no tiene sentido que cuando más te ataquen sea justo cuando estás todo tranquilo pensando en tus cosas (meditando, que se dice) en una zona recogida del templo.
Me tomo un te en una de las terrazas y me voy al mercado nocturno a reunirme con mis compañeros de viaje. Hoy se nos unen dos franceses que habían viajado con Mr. A. durante varias semanas en China. Cenamos hasta reventar en un puesto de mercadillo que funciona como un buffet en el que llenas el plato y pagas un euro y luego vamos a una zona un tanto más occidentalizada a tomar una copa. Algunos cometemos el error de pedir un vino ("es chileno, no puede ser malo"), y lo pagamos tanto con el bolsillo como con el paladar.
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