Al menos el aroma...
Interior, escaleras del metro de Madrid.
Voy distraído seleccionando qué canción escuchar en mi reproductor de música. Alguna maldita mariposa agita sus alas en Taipei y, como resultado, el fondo de mi bolsa de plástico empieza a abrirse.
Durante un microsegundo soy consciente de que algo pasa, pero no reacciono. Mientras giro la ruedecita para seleccionar un disco de los Stones voy perdiendo peso en mi brazo derecho.
Levanto los ojos y veo la botella de vino caer a cámara lenta. Un escalón, otro, -¡resiste, resiste!-, sortea un tercero indemne y va a caer, ya demasiado débil, al pasillo inferior. Allí se deja morir y esparce su contenido por todo el suelo.
Realmente me doy cuenta de lo que ha pasado mientras voy a la taquilla para que alguien limpie aquello (¿y si voy yo a casa y cojo la fregona?).
Avergonzado, como si acabara de hacerle daño a alguien, le hago señas a uno de los dos taquilleros desde el otro lado del torno. Me ruborizo, le enseño la bolsa rota y me explico. - Se me ha roto la bolsa.
Después de unos segundos añado: - La botella de vino se cayó. Está rota. Habría que hacer algo.
Aguanto la posición y luego guío al buen hombre hasta el lugar en el que yace lo que cinco minutos antes era una fantástica botella de Rioja.
Pasé de lado, casi sin querer mirar. No como el resto de la gente, que señalaba con el dedo o la cabeza. ¡Qué desastre!
Después de un par de minutos llega el metro y me subo. Me siento idiota, pero ya más tranquilo. La verdad es que el vino olía realmente bien.
Xx
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