2008/01/23

Brasil: día 5 (parte 2)

La vuelta desde Petrópolis la paso durmiendo. Al despertarme lo hago con la sorpresa de que no lo hago a la estación del centro de la que había salido, sino a la central de autobuses (Rodoviaria Novo Rio). La sensación es bastante caótica: Novo Rio es un monstruo sin un edificio central propiamente dicho. Más bien es como una maranha de andenes que no tiene fin. Además, a la salida del complejo hay más plazoletas llenas de autobuses urbanos. Sé que la estación está cerca de una parada de Metro, así que me llevo la alegría del día al ver un pequenho mini-bus de interconexión.

Comenzamos a dar vueltas y vueltas, por barrios cada vez más pobres y con las carreteras peor asfaltadas. A los 20 minutos mi mosqueo inicial se convierte en un cenho fruncido: no puedes tardar 20 minutos en llegar a un sitio que está a 3 km. Luego me enteré de que estaba en un autobús que conectava no con la línea de Metro que yo pensaba, sino que me llevaba al norte de la ciudad. Lo que hice fue bajarme en la siguiente parada mediana de autobuses y tardar una buena hora en llegar al centro.

Me ducho en el hotel y me dispongo a conocer ´Ipanema by night´. Después de tomarme un buen chopp (una canha de cerveza) y ver que tampoco hay mucha gente por la calle me voy a cenar al Vinicius (dedicado, como es obvio, a Vinicius de Moraes y situado frente al igualmente turístico Garota de Ipanema). Me hace gracia ver las peleas de los camareros por convencer a la gente que entra en el local de que su esquina (las propinas cuentan mucho, sobre todo con los turistas) es la más cómoda.

Luego paseo un par de calles para encontrar un local que mis guías describían como alternativo (que se abarrota por las noches y dónde la gente tiene que salir con su bebida a la calle, creando un gran ambiente) y que resultó ser un garito un tanto horrible y rockero-casposo. Además estaba vacío, mientras en la acera de enfrente había una cervecería pija y una lanchonete cutre que sí estaban a rebosar. Eligo la lanchonete.

De vuelta a casa soy testigo de una bonita escena de ligoteo entre el cobrador del bus (hay un conductor y un cobrador) y una chica que se sienta a su lado. Habla con ella del tiempo, de lo duro que es su trabajo, le sonríe y acaba ensenhándole la foto de su hijo pequenho, de siete meses. La madre de la criatura se porta fatal con él y sólo se lo deja ver los fines de semana. Al final del trayecto la muchacha no ha dado el brazo a torcer (ni el teléfono al conductor), pero él sabe que ella sabe dónde encontrarle.

Xx