Brasil: día 6
Hoy toca el Cristo del Corcovado, el segundo destino inexcusable de cualquier turista en Río. Me encuentro con más cola que en el Pan de azúcar. Allí me entrevista, alcachofa de juguete en mano, una princesita de siete anhos llamada Julia, que va con diadema y todo.
La primera gracia de visitar el Corcovado (Julia aparte) está en el viaje de 20 minutos en tranvía, atravesando un parque nacional lleno de vegetación tropical. Una vez en lo alto de la colina en la que se encuentra el Cristo se puede disfrutar de unas fantásticas vistas de la ciudad, hacerle fotos a la inmensa escultura, comprar un plato de postre en cuyo fondo está tu cara y la imagen del Cristo y asistir a una misa en una capilla que se encuentra en los pies (en los talones, por ser precisos).
Siguiendo con las obviedades (en este caso gastronómicas) hoy me toca comer freixoada: una mezcla de distintas carnes de cerdo (oreja, una especie de butifarra o lacón) guisadas con habas negras y que se acompanhan de arroz (para evitar la diarrea), naranja (para absorver la grasa), farofa (una especie de arina que absorve el exceso de salsa) y una legumbre verde y de sabor fuerte que se llama couve y tiene como función absorver el exceso de sal. Cada vez que probaba el couve me resultaba más familiar, hasta que me di cuenta de que eran grelos. Supongo que los portugueses traerían grelos y berzas a brasil. Por lo visto se cultivan especialmente en la región de Minas Gerais. Muy rico todo, por cierto, pero me tuve que pegar una siesta de más de una hora para recuperarme.
El resto de la tarde hice turismo en la zona del hotel (Gloria-Catete), con bonitas casas senhoriales pero mucha pobreza en la calle. Lo más interesante fue el Museo de Folclore Edison Carneiro: tres pisos de figuras, escenificaciones y objetos que explicaban la forma de vivir de los afro-brasileiros en los últimos 150 anhos.
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