2008/07/03

El podómetro de Akihabara

Hará cosa de cuatro años trataba yo de sobrevivir a los calores estivales cuando bajé al comedor que teníamos en la empresa en la que trabajaba para agenciarme una lata de refresco. Como había comenzado la jornada de verano y yo estaba en el turno de tarde, aquello no estaba especialmente concurrido. Ya en mi sitio recordé que me había dejado el móvil sobre una de las mesas. Al volver a por él descubrí que ya no estaba.

Tres días después, de viaje en Tokio, me dio por pensar en que el teléfono no era imprescindible, pero lo que sí necesitaba era un reloj. Aproveché que estaba en el barrio de las grandes tiendas de electrónica (Akihabara) y me puse a buscar uno digital y ochentero. No hubo forma. De repente en una de las tiendas vi algo que ya me convencía: un pequeño reloj sin correa y con un pequeño clip para sujetarlo que (según las ilustraciones que acompañaban al texto en japonés) te animaban a ponerlo en la cintura del pantalón o de la falda. Al llegar al hotel y ponerle la pila descubrí que aquello no era un reloj, sino un podómetro para contar los pasos que da su usuario. Ligeramente avergonzado lo guardé en una maleta y no lo volví a sacar hasta ahora.

El podómetro me ha acompañado por todo el viaje (Chicago, Washington y NY) por EEUU. Decía mi abuelo que dos pasos eran un metro, pero como el cálculo tampoco es científico me limitaré a acompañar el texto sobre cada día del trayecto con el dato de los pasos dados.

Para poder comparar debo decir que un día normal de trabajo (voy a pie a la oficina y soy bastante inquieto) doy 9.900 pasos.


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