La idea original era conocer Vigo, una espinita clavada desde hacía tiempo. Pero las cosas nunca ocurren como están previstas en un inicio. La oportunidad de volver a ver a un amigo que tenía un poco perdido comenzó a cambiarlo todo.
Por la mañana me fui de A Coruña a Pontevedra, que tampoco conocía. La zona vieja es preciosa, con sus placitas, sus soportales y sus terrazas. Un lugar en el que te sientes relajado paseando entre piedras y sombras.
Luego quedé con Carlos, Bea (su esposa) y Ada (su niña). Juntos fuimos a una finca que tienen en Moaña, con unas vistas espectaculares (lástima de la niebla) a la Ría de Vigo. Tomamos el vino que hace él mismo, una rica churrascada y nos tiramos (Ada y yo) en la hamaca. La cría es una ricura, ya publicaré fotos suyas en el Flickr el lunes.
Carlos me bajó a Cangas, desde donde tomé el barco para Vigo. Mi día planeado de visita se había reducido a poco más de tres horas. Me puse a callejear por el Marítimo, la Roca y un porrón de plazas: Do Rei, Princesa, Da Constitución, Pedra e Igrexa, donde tomé un cafetín en un sitio llamado Grettel. Después bajé otra vez hasta el puerto y acabé dándole un buen repaso a las calles Príncipe, Urzáiz, Venezuela y sus perpendiculares. Me quedé con ganas de entrar en una tetería llamada Rajasthán (Pza Portugal) y de conocer la Ermita da Guía, desde donde se supone que hay unas vistas de toda la Ría y la ciudad.
No puedo decir mucho sobre Vigo, porque me limité a visitar el centro, la zona más de paseo y, se supone, menos caótica de la ciudad. Habrá que repetir en un futuro viaje, quizás mejor por la noche.
Antony & the Johnsons en A Quintana
Y para acabar la jornada (auténticamente de vuelta ciclista), me fui a Santiago, donde tocaban los norteamericanos Antony & the Johnsons. El sitio era ideal, a Praza da Quintana (23 horas, un poquillo de fresco) y Antony, además de cantar extraordinariamente bien, tuvo el acierto de jugar con los cuartos de las campanas de la Catedral (haciendo que el público silbara como pájaros o imitara el sonido del viento en el momento en el que iban a sonar). Buen concierto y público entregado y encantado de estar allí. Un pero, los 80 minutos se hicieron algo cortos.
Como no era cosa de marcharse apurados, Mar, Cousiño y yo nos regalamos un chocolate en el Airas Nunes. Después, para Coruña.
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